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Carlos III, el rey «ilustrado» que construyó un palco insonorizado en la ópera

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Allí está, al fondo, vigilando

Carlos III es un rey sobrevalorado. Las cosas como son. Él es el protagonista del retrato que apareció en el discurso que el Borbón actual dio con motivo del pifostio de Cataluña el 1-O y ha sido protagonista de las comidillas históricas en las redes durante estos días.

Curiosamente, de todos los reyes de la historia de España, Carlos III es de los que mejor prensa tuvo y tiene. Se le describía, pese a su cara borbónica y picassiana, como campechano de carácter y bienintencionado. Pero la realidad es que no fue menos patán que cualquier otro.

Quitó poder a la nobleza, modernizó la administración y fue el perfecto ejemplo de rey ilustrado. Pero si por algo destacó el reinado de Carlos III fue por su papel como promotor urbanístico y metomentodo bélico.

 

Master italiano en urbanismo

Nos tenemos que ir a sus inicios en Italia para ver sus primeras chapuzas, pues fue en Nápoles donde comenzó un primer reinado que le daría una experiencia muy valiosa.

Allí empezó a poner en práctica las tesis de lo que comenzaba a llamarse despotismo ilustrado. La cosa iba de concentrar el poder de forma incontestable en la figura del rey con la intención de hacer algo útil, apoyándose en la razón, la ciencia y la cultura. Un «vamos a hacer reformas, pero vamos a hacerlas como yo quiero» en toda regla.

Definición gráfica del boom de la construcción

El boom de la construcción comenzaba. Carlos gastó ingentes cantidades de dinero en Nápoles con la idea de utilizar la arquitectura para reforzar su prestigio.

La primera obra de envergadura que se erigió fue el teatro de San Carlo, inaugurado en 1737, el cual contaba con una peculiaridad: un palco insonorizado. Con dos cojones.

Al rey no le gustaba la ópera una puta mierda, así que lo más coherente era eso: “cultura para todos, sí; pero para mi, mitá”. Mientras sobre en el escenario cantaban y se movían los actores, él podía dedicarse a la cháchara o la simple contemplación sin que las voces le molestasen. Esto sí que era despotismo ilustrado: todo por la cultura, pero sin la cultura.

 

La dinamitación arqueológica de Pompeya

El afán constructor de Carlos le llevó a toparse con unos restos más que conocidos: las ruinas de Pompeya, amablemente soterrada por la erupción del Vesubio en el año 79 de nuestra era.

Pompeya o Murcia, lo que toque

Desde 1738, las excavaciones de Pompeya y Herculano supusieron la operación más importante de recuperación de restos arqueológicos de forma sistemática hasta la fecha.

La única pega es que estos inicios de la arqueología gozaron de una metodología poco sutil: explosivos (en efecto, antes de que saltéis con el anacronismo, dinamita no era, ya que se inventó más tarde por un tal Nobel, pero ¿y lo que mola la palabra «dinamitar»?). Para extraer materiales de la Antigüedad con rapidez, el método no tiene rival.

Además, todo lo que se encontraba era catalogado como propiedad real. Es por ello que también se le conoce como «el rey arqueólogo», aunque hoy más bien le llamarían «el rey expoliador».

 

Charlie y la Real  Fábrica de Reformas

Tras morir su hermano Fernando VI, llegó a España para mostrar la experiencia adquirida en tierras transalpinas, sobre todo la de urbanizar, pues lo primero que hizo nada más llegar a España fue ponerse manos a la obra con total literalidad. De hecho, es bastante conocido que uno de los sobrenombres de Carlos III es «el mejor alcalde de Madrid» por las numerosas reformas que realizó en la capital.

Ya eran dos siglos de edificar donde a cada uno le salía del nabo y eso no podía ser. El centro de un Estado moderno europeo debía ofrecer mejor imagen, y los ríos de porquería que emanaban de las cerca de 7.000 casas de la ciudad no eran algo que al rey le gustase. Carlos III aunaba así el gusto por las obras de Gallardón y la lucha contra la suciedad de Carmena.

Un rey cazando

Como este tema suele ser muy de adular a los Borbones, diremos que sí, que Madrid quedó muy bien, pero seamos unos chivatos también y señalemos que entre las reformas que barajaba también estaba la de trasladar la capital a otra ciudad, como por ejemplo Valencia. La idea no convenció mucho a los nobles así que olvidó la idea y, como segunda opción, decidió modernizar la ciudad.

Esquilache, mano derecha del gobierno de Carlos, llegó a decirle al rey: «el mal de la piedra te va a arruinar». Pero al monarca se la sudó y siguió a lo suyo. Montó al arquitecto Sabatini en un barco y le encomendó acabar el Palacio Real y, ya que estaba, construir la Puerta de Alcalá.

El arquitecto Sabatini proyectando la nueva Madrid

El arquitecto italiano y Carlos III produjeron un avance destacable, ya que la capital tenía unas condiciones higiénicas nefastas. Una buena medida fue trasladar los cementerios a las afueras de la ciudad. Aún con esas dejó una ciudad preciosa, pero a costa de echarle muchos billetes y dejar una deuda de tres pares de narices. Además, no a todo el mundo le gustaban las moderneces, y algunas veces había protestas y boicots a las obras.

 

Carlos III, nuestro Rambo buscalíos

Démosle un pequeño palo a la historiografía tradicional diciendo algunas verdades más: Carlos sería muy “bueno” pero se pasó por el forro la política pacifista de su hermano Fernando VI y metió a España en multitud de conflictos como la Guerra de los Siete Años (1756-1763). Tras esta guerra, en la que España luchó del lado de Francia, se tuvo que ceder Florida a los británicos.
No sabemos cómo se las apañaba Carlos, pero paz o tratado que firmaba, guerra que le venía. Y mientras tanto, la Hacienda se iba a la puta. No obstante, veinte años después se recuperó Florida y, además, Menorca.

Pero no te vayas a pensar: la recuperación de esta isla balear y de Florida se consiguió gracias a la participación en otra guerra (un clavo saca otro clavo, debió pensar Carlos), en este caso la Guerra de Independencia norteamericana. España se alió con los sublevados de las Trece Colonias americanas, y ayudó al nacimiento de los Estados Unidos de América (saca tú mismo la conclusión de si eso fue bueno o malo).

Carlos III a punto de iniciar un debate
(ilustración de José David Morales
en el libro Historia absurda de España)

Así que muy buen rey, muy buen alcalde, muy buen arqueólogo y todo lo que tú quieras, pero el tío malgastó a espuertas y no dejó ni un solo conflicto en el que no metiera al país. Con lo que le gustaban las explosiones, el olor a pólvora, y los billetes no nos extraña que quisiera cambiar la capital a Valencia…

Bibliografía:

AD ABSURDUM (2017): Historia absurda de España, ed. La Esfera de los Libros.

Ad Absurdum suele escribir sobre historia, a veces en libros como Historia absurda de España.

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