Vista de Madrid, con el Manzanares y el Palacio Real. Antonio Joli, 1753.
El río Manzanares siempre ha sido el hazmerreír de las capitales europeas, ésas que exhiben ufanas sus Senas, sus Támesis y sus Danubios. El río que riega Madrid, sin embargo, sólo «es navegable en coche y en caballo», según se burlaba un embajador alemán en el siglo XVIII. Cuando las tropas napoleónicas invadieron Madrid en 1808 un general francés exclamó «no sólo han huido los españoles, también se ha fugado el río».
Sin embargo, el humilde Manzanares estuvo a punto de ser navegable, para hacer de Madrid ese puerto de mar que siempre ansió ser. En 1580, en pleno auge del imperio de Felipe II, el ingeniero italiano Juan Bautista Antonelli presentó al monarca un plan para ensanchar los ríos Tajo y Manzanares desde Lisboa hasta Madrid, pasando por Toledo, de modo que los galeones españoles pudieran llegar cargados de oro y especias hasta la capital. Según cuentan Marco y Peter Besas en el libro ‘Madrid oculto’,
«Antonelli aseguró al Rey que la tecnología de aquel tiempo podía acometer semejante proeza y que el éxito del plan sólo era cuestión de dinero (…) Aprovechando un momento en el que las aguas del Manzanares habían elevado su caudal, el italiano consiguió navegar en una cano con remos prácticamente desde Lisboa hasta Madrid».
Tanta fe (y dinero) tenía Felipe II en el proyecto que se emprendieron los trabajos de construcción entre las ciudades de Abrantes y Alcántara, «con excelentes resultados». Pero Antonelli no mandó sus planos a luchar contra los elementos. El proyecto hubiera seguido delante de no ser porque el Habsburgo movilizó todos los recursos del reino para la construcción de la Armada Invencible y la invasión de Inglaterra que, como todo el mundo sabe, acabó en una humillante derrota. El cariacontecido rey «perdió todo interés por el proyecto».
Lavanderas en el Manzanares. Casimiro Sanz, 1848.
Otro italiano, Luis Carduchi, intentó convencer a otro Felipe (IV) de la viabilidad de navegar por el Tajo hasta Madrid. Para ello, este matemático escribió «un detallado libro que contenía extensas ilustraciones a todo color, en las que de nuevo se analizaban las posibilidades», según cuentan los Besas. Ni por esas.
El único rey que ejecutó obras para hacer navegable el Manzanares fue Carlos III, en 1770, que abrió «un canal navegable desde el Puente de Toledo hasta el río Jarama, que a partir de entonces conectaría con el río Henares o con el Tajo». Pero la obra era fiel reflejo de la merma del poder de España en el mundo entre los siglos XVI y XVIII: apenas alcanzó diez kilómetros, una minucia de los 625 que separan Madrid de Lisboa.
El nieto de Carlos III, Fernando VII, extendió el canal cuatro kilómetros más hasta Vaciamadrid:
«Se construyeron seis esclusas y cuatro molinos de agua, así como varios botes de transporte. Además, se añadieron algunos edificios destinados a oficinas y un cobertizo para botes, e incluso una pequeña capilla cerca del Puente de Toledo. La entrada del canal se protegió con una gran puerta de metal y se plantaron árboles a lo largo de las dos riberas, pero los trabajos nunca se completaron«.
El proyecto de hacer navegable en Manzanares hizo aguas. Apenas unos cuantos botes lograron llegar al mar, sin conseguir por ello ninguna ventaja comercial para Madrid. Ya en el siglo XIX las carreteras empezaron a mejorar, hasta el punto de hacer innecesaria tan faraónica obra.
A falta de puerto, bueno es un sucedáneo de playa. Imagen: UPM Puma.
No obstante, para los niños holandeses el Manzanares es navegable pero no hacia Lisboa sino hacia Santurce. Madrid es la ciudad donde vive Santa Claus y de allí va navegando hacia el Cantábrico, para desembarcar en Holanda y llevar los juguetes y los quesos de bola a los párvulos de allá.
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En otro orden de cosas:
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